domingo, 2 de febrero de 2014

Ya nada será nunca igual


Se adentró en el bosque sin dudar. Cogió el libro y lo guardó entre sus ropas. Abrió la puerta con cuidado y salió al camino, cubriéndose la tonsura con la capucha del hábito. No dijo nada a sus hermanos ni al abad. Tenía una misión que cumplir. Quizás algún hermano observó su huida desde el campanario y dibujó la señal de la cruz en el aire. Cuando llegó a la última curva tras la que el monasterio desaparecía de la vista, se giró y contempló los altos muros del claustro. Se santiguó y se adentró en el bosque. No sabía cuánto tardaría en salir al otro lado, nunca antes había recorrido aquel camino, pero sabía que tenía que hacerlo. Los árboles eran altos como las iglesias más altas y el sol caía en vertical iluminando el camino. Unos pocos metros más allá, en cambio, la oscuridad era casi absoluta. El monje se giró varias veces e incluso detuvo sus pasos para escuchar. Permanecía quieto, atento a cualquier ruido por si le seguían. Pronto se convenció de que nadie le había visto salir. Para cuando echaran de menos el libro ya sería tarde. Ya habría llegado adonde debía ir. Y cuando mostrara al mundo lo que había descubierto ya nada volvería a ser igual. Se sentó un instante a descansar. Descubrió su cabeza y se secó el sudor con la manga. Desató la calabaza que llevaba atada al cordón del hábito y bebió un trago de agua. Algo se movió entonces entre los arbustos. Se levantó de un salto y la calabaza y el libro cayeron al suelo mientras él buscaba algo para defenderse.
–¿Quién está ahí? –gritó.
Nadie respondió. Cogió una piedra y la lanzó hacia los matorrales. Un instante después saltó un ciervo y desapareció entre la espesura sin hacer ruido alguno. El monje respiró. Lamentó no haber tenido la precaución de proveerse de un cuchillo. Se santiguó y se agachó a recoger el libro. El agua de la calabaza había mojado algunas hojas. Las secó con cuidado con la manga. Después lo guardó de nuevo entre los pliegues del sayo. Recogió la calabaza vacía, la anudó al cordón y retomó el camino. Estuvo andando durante horas. El bosque parecía interminable. Entonces, y casi por sorpresa, se dio cuenta de que pronto se iría el sol. Y supo que con la oscuridad vendrían otros temores. ¿Y si no consigo cruzar el bosque a tiempo? ¿Y si me pierdo? Aceleró el paso. De nuevo escuchó ruidos fuera del camino. El fraile se detuvo. Cogió una piedra y la lanzó contra la oscuridad.
–Lárgate de aquí maldita bestia.
El silencio del bosque respondió a la piedra. Siguió andando sin reducir la velocidad
–¿Qué hace un hermano tan lejos de todas partes? –escuchó entonces de detrás de los árboles.
El fraile se detuvo de nuevo. De entre los faldones sacó el libro y se cubrió el pecho con él.
–¿Quiénes sois? Mostraos a la luz.
De detrás de los árboles surgieron tres hombres con harapos y capas raídas.
–No tengo nada, hermanos –se asustó el monje–. Soy tan pobre como vosotros.
–¿Y eso? –se acercaron a él y señalaron el libro.
–¿Esto? –se extrañó–. Sólo es un libro. Un libro santo –apostilló justo antes de que el que parecía dirigirles se lo quitara de las manos con un tirón–. No. Es un libro santo –intentó recuperarlo.
–Quita –le empujó un segundo hombre, mientras el tercero le ponía un cuchillo en el cuello desde detrás.
–¿Qué hacemos con él? –preguntó.
El jefe observaba el libro.
–¿Cuál es el secreto que esconde? ¿Qué hace aquí un monje solo con este libro?
–Es un libro sagrado. Por favor –suplicó–, no le hagáis daño.
–¿Daño? Sería estúpido –se rió–. Nos servirá para encender el fuego en los días húmedos, ¿verdad? –se rieron los tres.
–No –se liberó del que le tenía sujeto y se abalanzó sobre el que tenía el libro–. Dámelo.
El del libro lo soltó y casi a la vez cogió al monje por el cuello. Un segundo después le clavó el cuchillo en el estómago.
–Vosotros –balbuceó mientras seguía sujeto por el que le había apuñalado–, vosotros… no entendéis… –cayó al suelo– El mundo debe saber...
El bosque se quedó en silencio.
–Mirad a ver si tiene algo de valor y vámonos –le quitó el libro de las manos y lo abrió –. No está mal el librito. Tiene colores. A mi hijo le gustará.

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