miércoles, 15 de octubre de 2014

AMOR FRATERNO


Patio del Instituto Ramiro de Maeztu, que tan agridulces recuerdos me trae...



Ramón Valente no sabía qué iba a pasar, pero sí sabía que cuando tuviera que explicar a la policía por qué estaba allí a esa hora y de aquella manera no iba a encontrar ninguna justificación válida. Y sin embargo sí la había. Tenía que ayudar a su hermana pequeña.
Se desnudó en el centro del patio a la hora prevista. Dejó la ropa tirada en el suelo y esperó con las manos delante tapando el sexo. Apenas un par de minutos después aparecieron unas pequeñas cabezas en una ventana. En unos segundos fueron todas las ventanas del aula las que se llenaron de cabezas y un rumor ascendente de mar embravecido. Inmediatamente fue la totalidad de las cristaleras del patio las que estaban hirviendo. Algunas chicas se apoyaron en el alfeizar para gritar obscenidades. Sus comentarios soeces eran celebrados con júbilo por sus compañeras. En una ventana empezó a descender la persiana como si cayera el telón de un escenario, pero sólo consiguió que se incrementara el número de cabezas en las demás.
Por una de las puertas del patio apareció una monja. Era la Directora del Colegio.
—Tápate, sinvergüenza —gritó intentado que se le oyera entre el griterío.
Detrás de ella, otra monja la seguía a la carrera. La Directora se paró.
—¿Dónde va, por Dios, dónde cree que va? ¿Dónde están los niños? —la increpó.
—Pues —dudó mirando las cristaleras del patio repletas de cabezas— en clase.
—Se equivoca, hermana. Están en las ventanas —las señaló con un gesto circular de las manos—. Y quiero que estén en clase. Apartadlas de ahí —continuó andando hacia el joven que tenía frente a ella cuando se detuvo otra vez y se giró hacia la monja que ya se estaba retirando para cumplir las órdenes recibidas—. Y llamad a la policía. Este mocoso no me va a arruinar el último día del curso —se dijo para sí.
Siguió avanzando hacia el centro del patio mientras por otras puertas iba saliendo todo el personal de Secretaría y Biblioteca para contemplar con sus propios ojos qué estaba generando semejante escándalo. Ramón Valente sonrió. Era lo que había estado esperando. Todo el colegio estaba mirando. Recogió su ropa del suelo y sujetándola delante de los genitales empezó a correr en círculos a lo largo del patio. Detrás de él corría como podía la madre Directora, el portero y todo el personal administrativo del centro. Sus quiebros y fintas eran jaleados con gritos de desbordante alegría por todas las alumnas y alguna de las profesoras que no podía reprimir su risa. En ocasiones levantaba las manos en señal de triunfo dejando su desnudez al descubierto bajo una lluvia irrefrenable de aplausos, piropos y olés. Estuvo así algunos minutos. De repente se detuvo. Por la misma puerta por la que había aparecido la directora apareció una chica repetidora del último curso que se adelantó hacia él lentamente.
—Ramón, ¿qué haces?
—No sé —sonrió dubitativo.
—¿Lo conoces? —la interrogó resoplando la Directora.
—Sí. Claro. Es mi hermano.
Hizo una señal a todos para que la dejaran actuar a ella. Avanzó hacia él lentamente y le abrazó. Todo el colegió explotó en un griterío ensordecedor y un aplauso unánime.
—¿Lo has conseguido? —le preguntó al oído antes de que el portero le cogiera del brazo.
—Sí —respondió ella con una sonrisa—. Está hecho.
A continuación, una vez calmadas las aulas, mientras Ramón Valente salía en un coche patrulla hacia la comisaría acompañado por su hermana, la Madre Directora y la Jefa de Estudios se reunían en la Sala de Juntas de Dirección con los tutores de cada uno de los cursos.
—Exijo que esto no vuelva a ocurrir jamás —exclamó indignada mientras se sentaba presidiendo la mesa. Pasaron algunos minutos de silencio absoluto. Luego, poco a poco su rostro se fue relajando. Miró a su alrededor y sonrió—. Anda que menuda ocurrencia. Estos críos. Que Dios me perdone, pero cada día están más locos. Pero, bueno, supongo que no ha pasado nada.
Pronto empezaron a reírse. Y así, entre risas y bromas, firmaron conjuntamente una por una las actas con las notas finales de todos los alumnos que los responsables de la Secretaría fueron poniéndoles sobre la mesa.
En ese mismo instante, en la comisaría, mientras Ramón Valente declaraba ante la mirada divertida de un policía, su hermana, sentada en el descansillo, sonreía con la seguridad de que ese año por fin había aprobado. El colegio había terminado.

2 comentarios:

  1. Un buen relato Fernando. Me adelanto a comentarte el texto brevemente si no te importa. (vengo de Literautas)

    La historia esta muy bien narrada, el ritmo que imprimes en ella es perfecto y en conjunto hacen de todo esto un relato magnífico. No he visto errores gramaticales ni tipográficos, y eso siempre se agradece. Felicidades por el texto.

    PD: Mi mente malvada me llevó a pensar que todo era un plan tramado por ambos hermanos para volar el colegio por los aires. Donde él hacía de señuelo mientras ella colocaba la bomba, jeje.

    ¡Nos leemos!

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  2. Gracias, Wofdux. Con ese comentario es difícil que alguien se moleste.
    Ese punto nihilista de una bomba en los cimientos o en los pilares no se me ocurrió. De hecho huí de todo lo que inicialmente me ofrecía la escena: me parecía un escenario, con esa frase especialmente, que invitaba al drama catastrófista. Claro que al huir de eso también abandoné posibles opciones (aunque fueran en tono más o menos humorístico) como el que propones. Para otra ocasión.
    Gracias por pasarte a leerme y como bien dices, nos leemos.
    Un saludo.

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