martes, 8 de abril de 2014

Que no se diga, abuelete.



Ilustración Iván Solbes
http://molatener5.com




Subimos al castillo a media tarde. En cuanto llegué me senté a la sombra del muro. Alicia se quedó de pie. Vamos a verlo. No te rindas, abuelete. Me cogió de la mano y tiró hacia ella intentando levantarme.
—No. Yo me quedo. Ve tú si quieres.
Ascendió por la rampa que discurría en paralelo al muro. Cuando llegó donde debía estar la puerta se detuvo. Me hizo un gesto de despedida con la mano y desapareció. Yo me quedé sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Subir la montaña hasta las ruinas me había agotado. Evidentemente mi capacidad física empezaba a ser patética. Y Alicia, una hora antes, mientras mirábamos la montaña desde el aparcamiento, ¿vamos, cariño? ¿Adónde? Al castillo. ¿Allá arriba? ¿Estás borracha? Venga, abuelete, que no se diga. Anda, mi amor, hazlo por mi. Pero, mujer, si son unas putas ruinas. Corrió montaña a través. ¡Abuelete! Y yo, apoyado en la pared del castillo, con el alma en la boca, ¿qué no se diga? Joder. Una piedra cayó apenas a un metro de mis pies.
—¡Eh! —exclamé—. Cuidado que me vas a romper la cabeza.
—Venga, cariño. Tienes que ver esto. Es precioso.
Me incorporé con algún esfuerzo.
—Voy para allá. Pero como no me guste. Ay, la que se va a liar como no me guste.
Una risa de veinticinco años saludó mi amenaza desde el otro lado del muro. Ascendí la rampa arrastrando los pies. Cuando me di cuenta de que mi costado derecho quedaba al descubierto comprendí por qué la rampa de acceso la habían construido a la derecha de la puerta vista de frente. El asaltante se cubría con el escudo a la izquierda, luego era más fácil repeler un ataque desde ese lado. A eso se sumaba que al estar el acceso al final de una cuesta la avalancha ofensiva era más lenta. Por último aprecié que el hecho de que la puerta quedara en ángulo recto con el camino hacía inviable la utilización del ariete. Curiosidades de la ingeniería militar desde el origen de las guerras hasta la aparición de la pólvora.
Cuando atravesé la puerta me encontré con un patio y una torre del homenaje en ruinas. Alicia se escondió entre bloques de piedras y restos de muros rodeados y cubiertos por vegetación.
—No te escondas. Que te he visto.
Pero no la perseguí. En vez de eso me adentré en el patio y miré a mi alrededor. De repente una cabeza se asomó por el ventanal de la torre.
—¿Le gusta todo esto?
—Claro que me gusta.
—Pues si le gusta ahora, en otro tiempo le habría impresionado. Esta era la última frontera. Reyes y reinas han dormido a cubierto entre estos muros.
—¿Quién es usted?
—Yo soy el marqués de Cuernacabra y señor de este castillo.
—Es un honor. Debió ser un castillo magnífico.
—Esa es la palabra, sí, señor. Magnífico. Cincuenta hombres de armas. Trescientos siervos y quinientos más liberados. Ferias de ganado, ferias de mercado. Fiestas que competían con las de la ciudad en grandiosidad. Sí, era un castillo magnífico.
—¿Y qué ocurrió para que acabara así?
—Nada.
—¿Nada?
—En efecto. Nada. Me morí. Y mi hija lo hizo antes que yo. Y mi hermano nunca se casó. Sé que estaba enamorado de mi mujer. Y ella de él, todo sea dicho. Así que no tuvo hijos. Eso pasó. Nada.
Alicia asomó la cabeza de entre las ramas del latonero.
—¿Cariño, con quién estás hablando?
—¿Quién yo? No me creerías. Luego te lo cuento —y dirigiéndome al señor del castillo–. ¿Y cómo murió? ¿Algún combate?
—Cariño, me estás asustando —interrumpió Alicia.
Le hice señas al marqués de que continuara.
—No, que va —se rió—. Unas fiebres. Bueno, en realidad fue un dolor de muelas y luego unas fiebres.
—Vaya. Ya veo. Una infección que degeneró...
—Cariño, me estás poniendo muy nerviosa —Alicia me interrumpió de nuevo—. Ya está bien. Venga, el juego ha terminado. Es muy divertido, pero ya vale. Deja de hablar solo.
—No te preocupes, mi amor. Estoy hablando con el dueño del castillo —la miré. Quería transmitirle con aquella mirada toda la emoción que sentía por aquel encuentro.
Pero en vez de emocionarse, Alicia gritó y salió corriendo despavorida. Se detuvo en la brecha de la muralla y me miró. Después desapareció sin dejar de gritar. Me asomé a la muralla y la vi descender por la montaña hacia el coche.
—Vaya, se ha asustado —me encogí de hombros.
—Sí. Es una lástima, porque les iba a invitar a un baile que queríamos hacer esta noche.
—¿Van a hacer una fiesta esta noche aquí?
El señor lo confirmó con un gesto de la cabeza.
—Así podrían conocer a mi hija y a mi señora.
—Imagino que entenderán que no asistamos.
—Sí. Es una lástima.
—Salude a vuestra familia de mi parte. Con vuestro permiso, voy a buscar a mi novia.
—¿Vuestra novia? Pensé que era vuestra hija.
—Sí. A veces yo también lo pienso. Descansad en paz.
Me despedí y descendí la pendiente de la montaña con tranquilidad. Alicia me esperaba muy asustada al lado del coche. Cuando llegué me amenazó con un palo. No me costó mucho convencerla de que no me había vuelto loco. Pero lo que no conseguí fue convencerla para asistir al baile de esa noche. Poco después nos casamos y ya nunca dejó de llamarme abuelete ni dejó de provocarme. Pero eso sí, jamás, jamás volvió a intentar asustarme.


2 comentarios:

  1. Hola Fernando:
    En lugar de comentar tu texto en la página de Literautas me he decidido a hacerte una visita por aquí. Me ha gustado mucho y me ha sorprendido el tono cordial y cercano del dueño del castillo. Parecía un amigo. El "abuelete" es capaz de fraternizar por todas partes. Me ha encantado.

    Creo que tu texto también podría ganar mucho si algún día decides experimentar dándole un tono más lúgubre y solemne al fantasma.

    Seguimos leyéndonos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Oeee Oeeee Oeeee eres la primera persona que deja un comentario. Momento para inmortalizar.
      Gracias por la crítica. Sí, lo cierto es que después del primer ensayo que me salió épico, sangriento, heroico y todos lo icos que se te ocurran ("Bendígame, su ilustrísima") decidí intentar otra vía. Una vía amable. Sin más pretensiones. Y salió el abuelete. Y ahí se quedó.
      Como anécdota te diré que no habrías podido leerlo en Literautas ya que no está. En lugar de "se acabó el juego" escribí "el juego ha terminado" y al hacerlo así incumplí las condiciones, luego fui rechazado. Cosas de la tecnología.
      En fin, gracias, Eva, por haberte asomado al blog y gracias por dejar tus opiniones. Un saludo y nos leemos.

      Eliminar